miércoles, 17 de agosto de 2011


Queridos amigos papistas y peregrinos,

Ahora es cuando os envidio de veras. Cómo querría en estos momentos encontrar una verdad consistente a la que asirme y entregarme sin reservas, algo que me pudiera serenar el espíritu, que supiera explicar cómo un cristiano, que defiende valores de solidaridad con el necesitado, justifica y defiende con uñas y dientes el gasto desmesurado en fastos y boato, a costa de recortar necesidades básicas a los que menos tienen.

Somos mucho más parecidos de lo que creéis, incluso el movimiento indignado del 15M y el movimiento cristiano original tienen muchos puntos en común. Dar de comer al necesitado es un precepto puramente cristiano, nacido de la opresión de un pueblo sometido a un poder desmesurado y grandilocuente. En algunas zonas fueron tolerados en sus inicios, hasta que descubrieron que amenazaban al estamento dominador. Es tan viejo como el hombre, la necesidad de pedir justicia.

Nos habréis de perdonar —y estoy segura, que me tachen de optimista, de que a estas horas estaréis, los guías espirituales instando a los más jóvenes a comprendernos, y algunos de los más jóvenes lo estaréis intentando, e igual alguno lo consigue— si se nos va la mano coreando lemas irreverentes alguna vez. Ojalá hayáis vivido una experiencia con la que comparar nuestra situación. Ojalá. Ojalá fuérais capaces de compartir el dolor de ver cómo se recortan derechos básicos de acceso a vivienda, sanidad o educación y material escolar a tus semejantes mientras una fastuosa celebración multitudinaria recibe privilegios, a pesar de que todos hayamos votado que no sería así en ningún caso, únicamente por ser la ideología imperante entre los miembros del gobierno. O por presiones de poder. O por lo que sea.

Ojalá tuviérais la gran generosidad de espíritu de poneros en el lugar de los habitantes del país que estáis visitando, o de vuestros conciudadanos. No de todos, por supuesto; me refiero a la parte que no está de acuerdo con esta visita. Los que salimos a la calle a decíroslo, porque estaría bueno que pretendan hacernos creer que la educación, la sanidad y la vivienda no son necesidades tan urgentes para invertir nuestros impuestos como lo es la visita propagandística, que no tiene otro fin —o me lo explicáis—, de un líder religioso que, según nuestra constitución, no nos representa —que no estamos en contra de que vengáis vosotros, a título personal. Mientras el coste de la visita lo costee la Iglesia, o cualquier otro que no sean nuestros derechos básicos—; y los que no salen a la calle porque no se creen con derecho a decirlo en voz alta. Tal es la educación católica que pesa en nuestro país.

Ojalá supiéramos todos separar la fe espiritual de los valores esenciales que conforman el cuerpo de una religión de las estrategias totalizadoras que perpetúan los estamentos para poder vivir a costa de su rebaño.

A mí, la rancia religión católica y sus preceptos actuales, no los principios originales del cristianismo, se me antojan similares a las ataduras que rodean emocionalmente a lo que hoy en día llaman una ‘víctima de violencia de género’. Alguien te dice que eres culpable por algo que jamás podrías reparar, puesto que no está en tu mano —cómo se sostendrá entonces que esté en tu mano hacerlo—; alguien te dice que la manera en que eres, cómo funcionan tus mecanismos biológicos, es sucia y es necesario dominarla. Él te guiará. Porque tú no eres lo suficientemente responsable como para elegir lo que es bueno o malo, él te lo dirá. Se responsabilizará de tu vida: si sigues el camino, cuando cometas un pecado te absolverá a cambio de una pequeña penitencia, que ellos saben valorar exactamente el peso de tu alma y tu dolor, y si llevas a cabo buenas obras, el mérito sólo te pertenecerá a ti. Buen trato, ¿no? Al final todo termina bien, porque vas al cielo y te salvas. Aunque como para ese entonces estarás muerto, en vida nunca sabrás si están en lo cierto. Ah, que ahí viene lo de la FE. Con mayúsculas, porque a mí me parece una jartá de fe.

Pero ese no es el punto que intento defender. Evidentemente soy un ser humano, y, al no ser católica ni tender a la divinidad ni al infinito, tengo bastantes defectos y mis pasiones me dominan aunque intento razonar, la mayoría de las veces. Tengo mucha inclinación al sarcasmo y el descreímiento, y en ocasiones mi tono puede estar teñido de condescendencia y soberbia, cosa que intento evitar. Os pido disculpas por todas aquellas veces en las que no lo he logrado. Soy muy inflamable, irreverente y reacciono de forma brusca cuando me indigno. Suelo parecer bastante terca. Digo parecer porque, aunque no te dé la razón, al irme a casa, rumio todo lo que me has dicho e intento contrastarlo con los datos y experiencias de mi pobre percepción y mi limitado razonamiento humano. Al no tener un dios que me expíe, suelo ser bastante estricta en mis principios, pero sólo conmigo misma. Por esta razón, en ninguno de los dos casos, ni en el de las víctimas de violencia de género —quienes por cierto sufren en silencio los golpes físicos o psicológicos de su agresor, pero no intentan convencer a sus vecinas de que ahí reside la salvación—, ni en el de los creyentes en la Iglesia católica, soy intervencionista en absoluto. Allá cada cual con lo que permita con sus cuerpos y mentes. A mí no me hace daño, si ambas partes han elegido libremente.

Pero —vuelvo a los inicios, tal es mi perplejidad por el asunto— soy absolutamente incapaz —sí, achacádmelo a mí también, es una incapacidad mía— de ponerme en vuestro lugar, de comprender los procesos lógicos que os llevan a defender la oportunidad de esta visita y los privilegios que mantenéis frente a los que la soportan económicamente. No, si, aunque jamás lo admitáis en público, seguís creyendo en vuestros fueros internos que el mejor destino de esos 25 millones de euros —que nos admiten que va a costar la visita de vuestro papa— es éste, y no el restablecimiento de la partida destinada a educación infantil, suprimida este año por falta de fondos en la Comunidad de Madrid, por ejemplo. Sé que cuesta, pero intenta ponerte en mi lugar. Imagina, usa tu poder de imaginación para hacer un esfuerzo verdaderamente humano e incluso de hermanamiento y comprensión, e imagina que todos aquellos a los que amas, tachados de antinaturales o insolidarios por otros que profesan otra fe, no llegan a final de mes, no pueden comprarles libros a sus hijos, sufren largas listas de espera o recortes en la atención sanitaria porque no hay dinero suficiente, según sus gobernantes. Y estos mismos gobernantes destinan una sustanciosa suma, días después de haber subido escandalosamente el precio del transporte, a la visita del líder religioso que proclama ‘verdades’ que a ti te resultan hirientes. Las personas que ves a diario sufrir por falta de recursos tienen que pagar, además de la crisis generada por bancos y gobernantes, un billete de metro a coste un 50% más caro, pero los invitados sólo pagan el 80% de ese precio total. Por retratar uno solo de los agravios comparativos se podrían citar. ¿No perderías las formas? ¿No te verías inundado por una oleada de impotencia ante la injusticia ni te verías impulsado a salir a la calle a gritarlo? Si no es así, enhorabuena: estás hecho de mármol y te mereces ese paraíso al que optas por una vida de culpa. Toda mi admiración por el dominio y control de ti mismo. Yo he sido incapaz.

El rechazo a la injusticia social, ese sentimiento humano de solidaridad y conmiseración, que no compasión que no me gusta, es lo que ha hecho avanzar a la civilización humana, lo veáis o no. Como que el cielo es azul, mucho más claro que la santísima trinidad, dónde va a parar. Los sentimientos de resignación, sometimiento y confianza en un poder superior —los valores que sustentan esta visita— jamás han guiado los pasos del hombre hacia delante. Más bien al revés: todas esas conciencias repletas de culpas pequeñas, que aceptan no razonar ni criticar al de arriba, por miedo a los demás o a sí mismos, a perder la aprobación del otro o la salvación eterna, entretejen la trama de conformismo de la que se nutren los agentes de poder. Este dios, el de El Vaticano, os ama, sí, aunque si todos no podéis ser ricos, os prefiere pobres, resignados y adoctrinados.

Pero si no lo veis, esa no es mi lucha. Me encantaría que pudiérais entender que no se daña vuestra fe ni vuestras creencias pidiendo que los estamentos dominadores de la iglesia católica vivan de acuerdo con vuestras sagradas escrituras y entreguen al pueblo lo que es del pueblo, fruto de su trabajo. Pediros que seáis consecuentes con esa sencilla solicitud de decencia humana tampoco creo que sea para tanto; mucho menos si me decís que podríais permanecer impasibles ante una injusticia feroz y no sucumbir a las pasiones humanas. Si lográis tal compostura, esto será pecata minuta para vosotros.

Ojalá.

Al menos, a mí me queda el consuelo de admitir —porque sí, ya lo he dicho antes, aunque no lo parezca, las discusiones con personas a las que amo terminan por dejarme poso— felizmente, dicho sea de paso, que puedo llegar a comprender y admirar la labor de cristianos de base como los ciento veinte curas madrileños que han rechazado una visita de su líder que es ‘una demostración de poder’ y no de solidaridad, según sus palabras. Pues no los he nombrado hoy veces, no; pues no estaré yo orgullosa, de personas con las que comparto tan poco, en un primer vistazo.