domingo, 26 de junio de 2011

Os pido perdón pero I need to break free...


Vamos a ver si nos liberamos de carga y llamamos a las cosas por su nombre, porque necesito aclarar algunas informaciones para mi correcta relación con el mundo, de ahora en adelante al menos... En los últimos años he ido encontrando algunas percepciones que todos sostenemos como verdades inmutables y que a mí se me antojan erróneas, diferencia de pareceres, lo llamarán algunos. En cualquier caso, como veo que mis acciones no son suficientemente transparentes, creo que es necesario definir lo que yo encuentro erróneo en la escala popular de valores, sin más intención que la de guardar una higiene necesaria en el espacio que habito en este mundo. Y sin más dilaciones, paso a enumerar las percepciones erróneas que detecto según mi propia visión de las cosas, claro.

Percepción errónea número 1.

‘No tienes derecho a juzgarme’

En primer lugar, tengo una noticia para todos aquellos que creen firmemente en esta idea del ‘no juicio’: si no juzgáramos la realidad, no podríamos ni mover un músculo en el mundo, amigos. Juzgar equivale a evaluar, y en base a la información que tus sentidos reciben y al background que configura tu estructura mental, el proceso básico de tu cerebro ante cualquier estímulo es ‘evaluar’ la información que te llega y emitir o no una respuesta o reacción. Todos emitimos juicios, internos o no, acerca de la realidad, del aspecto material de las cosas o del comportamiento de las personas. A lo que no tenemos derecho es a condenar a alguien o a etiquetarle, definiendo nuestra relación en base a ese prejuicio, sin tener suficientes elementos que valorar. Y aun así, el estado te considera un delincuente a priori y te cobra un canon por las posibles copias piratas que hagas, y la iglesia católica lo hace constantemente —tú no eres quién para decidir si tener un niño o no, ni cuál será tu pareja sexual...— y nadie dice nada, se les conceden 800 colegios públicos para que cobren alojamiento a sus feligreses y todo, fíjate.

Así que, derivado de este hecho y en respuesta a esa constante cantinela tras la que se escudan los que no quieren asumir su responsabilidad social, lo que tengo que decir es lo siguiente: si tu voto cuenta igual que el mío y además me afecta —cosa que la intimidad sexual de otros o mis elecciones personales no hacen—, acostúmbrate, pero tengo derecho a juzgar cada una de tus opiniones o acciones, y aunque no lo tuviera lo haría igual —es una de las pocas libertades que nadie me va a quitar: la libertad de pensamiento—; tu desidia me lleva a tener que tragar con cosas en las que tú ni te has parado a pensar, tu egoísmo hace que miles de familias no tengan recursos, así que, quieras o no sentirte responsable, lo eres. Y vamos a desmitificar otro concepto popular. Ser de derechas no es sólo ser conservador o preocuparse por el trabajo y la economía de uno mismo; ser de derechas en este país —en este país, repito—, es ser o bien un desinformado feliz o un egoísta, insolidario, que condena al otro por cosas que uno mismo ha hecho y jerarquiza a las personas según su posición social, su ideología o su orientación sexual. O las dos cosas, claro. En cualquiera de los tres casos, mi opinión es que si votas a la derecha en este país contribuyes no sólo al recorte de derechos de la sociedad al completo, sino al dolor de millones de personas en el mundo, sólo con las opiniones internas y las acciones políticas que mantienes, promueves y justificas. Tan claro como que el cielo es azul, por mucho que duela verlo. Y decirlo también duele, que conste. Si no, al tiempo.

Percepción errónea número 2.

‘Es mi opinión, y tiene la misma validez que la tuya’

Ay, cómo me duele también decir esto, pero es que no es así. En el alma lo siento, de verdad, pero no, no valen lo mismo todas las opiniones. Mi opinión acerca de la combustión del carbón y cómo puede afectar a la atmósfera terrestre no vale lo mismo que la de un ingeniero químico especializado en medio ambiente. Hemos entendido mal la democracia, en este sentido. Si tu opinión es que el mundo fue creado en seis días y al séptimo Dios descansó, lo siento, pero es una idea absurda, sin fundamento ni pruebas objetivas, invalidada por una teoría científica. No la eleves al estatus de teoría, siquiera, porque solamente se basa en seguir una creencia que miles de personas han tenido durante siglos. Y, durante siglos, se ha creído en la reencarnación, la medicina china, los horóscopos de una u otra cultura y los espíritus provenientes de otra dimensión. La antigüedad tampoco tiene validez para dotar de credibilidad a una idea; los escritos religiosos más antiguos, los Baghavad Gita, son aquellos de los que nacen las doctrinas hinduístas, y el código de Hammurabi no prevalece por encima del derecho romano aun a pesar de ganarle en edad...

Son paradojas de la conciencia religiosa del ser humano, los estados de la suspensión de la credibilidad que administramos como nos viene en gana, vaya. Por ejemplo, yo ahora mismo voy al médico y le digo que estoy casada con un señor imaginario que quiere que dedique mi vida a hacer madalenas y que me prohíbe tener relaciones sexuales o alimentarme correctamente, y el doctor me da una bonita habitación verde en el psiquiátrico de Leganés —eso si sigue habiendo centros para enfermos mentales y el gobierno de la comunidad no ha vendido los terrenos públicos a una entidad privada—. Podría haber obtenido un resultado diferente sólo con nombrar a Jesucristo. Si digo que estoy casada con el Señor, me dan una habitación en un convento del siglo XVII propiedad del Estado hasta que, aprovechando un vacío legal, el responsable de la diócesis lo fue poniendo a nombre de la Iglesia, y además de no tener que trabajar en la vida, tampoco pagaré impuestos ni tendré responsabilidad social, ya que entregaré mi voluntad a lo que quiera que los señores rectores de las estructuras católicas tengan a bien hacer conmigo. Por no tener responsabilidad, fíjate que hasta me desharé de la individual por vestir un hábito que representa graves injusticias sociales y graves lesiones de los derechos humanos. Yo, aunque los represente, me alimente de ellos y difunda su mensaje, no tendré que ver con nada de lo que la empresa católica hace de malo. Sólo con lo bueno. Eso sí. Todo esto nos parece muy lógico.

En el plano político y social, papá Estado me ha vendido la idea de que una señora que elige a una pareja que le da dos leches a la semana no cuenta con pleno raciocinio; es una víctima cuyas decisiones están limitadas por su valoración emocional de la circunstancia: evalúa erróneamente los riesgos y los asume por miedo o incapacidad, por tener una visión sesgada de la realidad, producto de una manipulación psicológica. En cambio, un ciudadano abotargado por los programas rosas, la alta tecnología pa tomarse un café, la última moda y la última goa, cuya capacidad crítica abstracta se ve mermada por la falta de información veraz en los medios masivos y la ausencia de una solidez educativa en materia lingüística o en conceptos sociopolíticos, al que azuzan constantemente con niveles de productividad que hay que rebasar, amenazan con constantes peligros y enfermedades, seducen con la promesa de ocio constante y sucedáneos del placer, y chantajean, de modo emocional y financiero, cada uno de los días de su vida, es plenamente consciente de lo que elige para ser gobernado. Tócate los cojones.

Pero voy a revelaros otro secreto a voces, que por mucho que gritemos ninguno va a escuchar, estoy convencida, tanta es la tenacidad en los errores del espíritu humano: todo eso, las estructuras sistemáticas del estado, se sostienen gracias a cómo ara su camino cada uno de vosotros.

Sin vuestra connivencia, diferenciando al semejante debido a los hechos más bizarros —posición social, cuenta corriente, físico, lugar de nacimiento, preferencias íntimas—, buscando la mera satisfacción inmediata y personal dejando a un lado las consecuencias de vuestras elecciones, rezongando en la pereza de no querer mirar no sea que no te guste, o de no querer aprender porque entonces no tendrías excusa… Sin todas y cada una de las acciones personales de cada uno de vosotros, todo esto, este sistema capitalista y salvaje que lleva a que las mayores industrias a nivel mundial se nutran del sufrimiento humano no sería posible. No es un club selecto y secreto que se reúne en unas catatumbas, ni se trata de cuatro elegidos descendientes de las más antiguas y nombradas familias europeas de tradición judeomasónica, no. No es algo externo a vosotros a lo que podáis culpar. El capitalismo feroz que devora la carne y el alma de millones de seres humanos para poder engrosar las cifras de la cuenta corriente de unos cientos anida en cada uno de vuestros corazones, y crece con cada paso que dais en su dirección.

Cuánto lamento tener que decirlo.

Si has llegado a una conclusión basándote en informaciones de tercera mano, o en sensaciones que no han pasado por el tamiz del raciocinio, o en aquello que te dijo una vez alguien en quien creías, o en que es lo que más te gustaría creer, mis disculpas de nuevo, pero eso no hace que tu opinión equivalga a la de alguien que ha comprobado las fuentes, que conoce el hecho de primera mano, que ha investigado con las materias que se evalúan o que ha contrastado todas las informaciones con la realidad y la ayuda de su capacidad de crítica abstracta. Siento lo que voy a decir ahora también, pero si no te has leído un libro en años ni eres capaz de hacer un resumen de la actualidad política y económica una vez terminas de leer un periódico porque no has comprendido una mierda, tu opinión tampoco equivale a la de alguien que sí es capaz. Es duro de decir, pero es así. Más duro es que en esta sociedad mueran personas para mantener los dividendos de gente que mira hacia otro lado, y la mayoría parece estar conforme con eso.

La gente habla constantemente de la necesidad de ‘respeto’. ‘Respeta mis creencias, respeta mis opiniones, respeta mi forma de conducir mi vida, respeta mis elecciones…’ Y todos tenemos que respetar que un montón de personas crean que un señor murió por nuestros pecados y que somos culpables desde el nacimiento, y que las personas sólo se pueden acostar con miembros del sexo opuesto. Ahora bien, a ellos nadie les obliga a siquiera encuadrar como ‘normales’ las elecciones de todos los demás, como está implícito en sus propias creencias. Y los demás sufrimos las consecuencias de la inconsciencia, el egoísmo y la ignorancia de los que votan a quienes les roban, y la educación y las buenas formas nos conminan a ‘respetar’ sus opciones sin poder decir lo absurdas o lo dañinas que nos parecen.

Pues otra vez lo lamento, por no estar en esa onda zen que debería acompañar a mi misticismo interno en opinión de muchos —quienes se equivocan según mi opinión, je—, pero desde ahora mismo derogo en mi mundo las buenas formas. Si tú eres tan atrevido como para enunciar tus chorradas sin argumentación ni raciocinio, no tendré pudor en anunciarte mi opinión acerca de la validez de las mismas. Si tu comportamiento hiere al prójimo, no voy a contribuir a las justificaciones que te haces a ti mismo, sólo por amabilidad o ‘consideración’, ya que considero, evalúo y concluyo, a tenor de tus elecciones y actos, que tú no la tienes con los demás. Si crees que el mundo está bien cuando tú y tu cuenta corriente estáis bien; si piensas que hay ciudadanos de primera o de tercera en virtud de su apariencia externa, su procedencia, la elección de sus parejas o sus posesiones materiales; si no te detienes a razonar sobre aquello que te venden y te lo tragas porque te conviene; si crees que el motor del mundo debe ser un ente abstracto financiero y no la emoción humana; si evalúas tus acciones sólo en función del posible beneficio o intereses personales y no consideras el impacto que pueden tener en tus semejantes —o lo subordinas a los primeros—; si, en resumen, eres un fiel defensor de la máxima ‘yo lo que quiero es un trabajo y un plato de comida en mi mesa’, por favor, ahórranos a ambos momentos de tensión porque no tenemos uzzis ni berettas a mano, y sigue tu camino lejos del mío. Estoy haciendo limpieza de mi espacio vital y necesito estar rodeada de belleza, que no por creer en la izquierda, las libertades y las responsabilidades humanas, dejo de apreciar la estética del mundo. (Desmontamos así otro tópico del que gustan los espíritus simples, el del 'rojo' que no puede disfrutar de su mundo material, con lo que se retratan al equiparar al que tiene ‘posibles’ con el que desea que nadie más los tenga.)

La última de las percepciones erróneas de hoy es aquella que sustenta a los que te sueltan, en uno los muchos malos días que tienen, ‘qué feo es eso que llevas.' Y acto seguido: 'Es que soy muy sincero’.
Sí, sincero eres. E impertinente, que nadie te ha preguntado tu opinión ni se trata de información necesaria para definir nuestra relación en el mundo. Pero eso sí, me espero, que me va a gustar ver cómo le dices a tu jefe, cuando entre por la puerta de tu oficina vistiendo una horrible chaqueta tweed, lo ridículo que consideras que está.

sábado, 18 de junio de 2011

Verás como estás, aun sin estar


Puede ser que vivas en Sidney.


Puede ser que trabajes para una multinacional trasnacional de redondos y sólidos beneficios.


Puede ser que creas que ya has pasado por todo, que todo está inventado; puede ser que te hayas creído algunas o todas las mentiras que nos contaron.


Es posible que tengas un pequeño negocio, o que trabajes para todos, en un servicio público. Puede ser que tu trabajo te estrese o lo mismo es el motor de tu vida.


Aunque es improbable, también es posible que no hayas oído hablar de que en España, la gente comenzó a moverse, cual reverberación islandesa, para agitar las conciencias y los estómagos de todos nuestros vecinos.

Las conciencias, esas que tenemos adormecidas pero decoradas profusamente con coloridas cápsulas de café, princesas del pueblo y de barrio, botas de oro y toneladas de drogas de todos los tipos.

Los estómagos, en donde tenemos que digerir las estructuras de un sistema que nos agota los cuerpos y los espíritus, tolerable únicamente gracias a las píldoras de satisfacciones inmediatas de las que nos alimentamos. No voy a mentir, no he visto en cifras la progresión de las afecciones estomacales en occidente en los últimos cincuenta años. Tampoco he visto la de los problemas y dolores de espalda, derivados de cargar con la roca de Sísifo a diario —una media de cuarenta horas semanales, con descansos vacacionales los más afortunados; y todavía escucho por ahí decir que ‘el trabajo es el trabajo, y la vida personal, otra cosa’. Será que sus células detienen los procesos de oxidación en horario laboral. A mí no me pasa— y constantemente con el mundo entero, sobre los hombros. La completa y esférica bola planetaria.


O podría ser que hubieras visto algo de lejos, de casualidad, a través de la televisión o al leer un periódico. Igual no te sientes afectado, o sigues pensando que tus prioridades son tus obligaciones diarias, que para qué, si tampoco van a pasar lista, y ya seremos muchos.


Existe la posibilidad de que estés en un lugar alejado de cualquier ánimo y contacto humano, como aquel español manifestándose solo en Siberia, o que te toque trabajar, o que simplemente necesites descansar.

Verás, no pasa nada, igual puedes estar. Sin ir, pero estar.


Lo que ocurre es que el movimiento 15M o como lo llames tú, que cada uno les ponemos nombres distintos a las cosas, no está únicamente en la calle, los domingos y las fechas señaladas; tampoco está solamente en la comisión de infraestructura o la de pensamiento, ni siquiera está en todos los que lo apoyan, de una u otra forma. Está en todos, hasta en el señor Botín. Dentro del señor Botín hay otro señor Botín más pequeñito —se me hace difícil ponerle diminutivos, sorry— desgastado de tanto luchar por salir, al que las decisiones complicadas (popular eufemismo que alude a cuando tenemos que elegir entre hacer lo correcto y dejar de recibir beneficios, o joder al prójimo con todo el dolor de nuestro corazón) le han aplacado el espíritu de lucha.


Que qué le vas a hacer, esas son tus circunstancias, pero no puedes ir.


Puedes, podrías, si quisieras, preguntarte honestamente si este modelo de vida es el que realmente deseas para tus hijos, nietos; para ti, ahora mismo.


Igual no lo sabes, pero las manifestaciones, las concentraciones, en realidad, son por y para los que vamos. Es sólo una forma de reconocernos en el otro y reconfortar así nuestro ajetreado estómago, de tomar aire y aliento para continuar con el esfuerzo de llevar vidas conscientes. Ven, mira cuán distintos somos y cómo nos guía el único propósito de mejorar, y vuelve a tu camino sintiendo cómo cada uno de tus pasos configura lo que eres y lo que serás.


Hoy, domingo 19 de junio, podrías estar trabajando, fuera del país o alejado de cualquier indicio de urbe; igual has firmado por las reformas de la ley electoral y la ley hipotecaria, igual no. Lo mismo llevas dos días de fiesta y el domingo te lo pasas durmiendo, qué voy a saber yo.


Pero de lo que estoy segura es de que en realidad no deseas vivir en una sociedad en la que prima la ambición sobre la honestidad, el valor monetario abstracto de un listado de empresas sobre el valor real de una persona, el enriquecimiento de cuatro familias a costa de cuatro millones, los intereses bancarios y corporativistas de los que obtienen beneficios directamente —y en progresión geométrica— de nuestro esfuerzo y salarios muy por encima de la sanidad y la educación que financian nuestros impuestos.


Aunque no sepas de qué va el pacto del euro, aunque tengas plan de jubilación, seguro médico y sigas creyendo que en la vida nada cambia; aunque no sólo no estés de acuerdo sino que incluso te pronuncies radicalmente en contra de los enunciados que se desprenden del movimiento y todos sus integrantes, no podrás dejar de sentir, al ver de reojo alguna imagen o al llegarte al oído alguna noticia, una chispa de empatía y un ápice de identificación.


La explicación es sencilla, y dolorosa para los que se sostienen sobre la tela de la araña financiera, sobre todo si la comprendemos los demás: no puedes evitar simpatizar con la señora que se planta ante un furgón de los mossoss, porque, aunque se empeñen en convencerte de que eres una máquina de producir, de consumir, o un número, dependiendo de cuál de los principales directores de escena que tenemos que sufrir te mire, no puedes escapar de tu condición humana: eres único, sí, y tus impulsos y emociones sostienen todas las casas en la rivera francesa que puedan pagar 2.000 millones de euros en una cuenta suiza.

Bueno, también hay otra explicación… tenemos la razón, y lo sabéis.



(Imagen tomada prestada, con gran agradecimiento, a Javier Albuisech, http://ink-love-music.blogspot.com/)