sábado, 21 de enero de 2012


Tu mirada, tus susurros corriendo por mi almohada, tu forma de lavarme el pelo, tus gestos de entertainment inagotable. Todo vuelve sólo con un sueño.

Mi sensación de pertenencia, mi atención focalizada en tu boca, lo caliente del pliegue de tus brazos, la curva que desciende de tus caderas a la total y absoluta plenitud.

Tus besos de medio lado, tu revolverme el pelo y ponerte mis tangas; el tesoro del Delfín y sus rincones brillantes y húmedos.
Tú, cogiéndome en brazos y tú, haciéndome rabiar. Yo, incansable, reteniendo tu imagen clavada en mí, desgastando tu cremoso cuello. Tú, sin soltarme en un autobús urbano, yo, completa por tenerte pegado a mí.

Todo vuelve a mí, en un momento. No es que me vuelvas a poseer, es que nunca te has ido. Y yo vuelvo a ser una estudiante sacando coraje de donde ya no queda nada, recitando en voz cada vez más alta los apuntes de Opinión Pública mientras las palabras se deshacen y corren en regueros como el rímel de Daryl Hannah en Blade Runner, mientras el teléfono suena una y otra vez.

Y lo haré, volveré a sacar un sobresaliente en la materia; continuaré respirando y contemplando cómo mis órganos vitales insuflan a mi carne algo parecido a la vida en este sistema que camina y se mueve con un compás perdido. Lo contemplaré desde el espacio exterior, donde me senté a esperar doce páginas atrás; y me veré respirar, fuerte y erguida dispuesta a vaciar mis venas por cualquier causa que me haga olvidar que, por seguir la razón que esta cuadriculada sociedad impone y al revés de como decía aquella horterada que cantabas desde la bañera, yo no lo dejé todo porque te quedaras.

Me suicidé un mes de septiembre, y acepté la condena de tener la certeza de que una vez sentí, como aquel que siente presente y punzante el miembro amputado una década atrás. Ahora sólo miro por la ventanilla; los postes telefónicos se suceden a toda velocidad, y a veces la luna, a veces el sol, bañan la tierra yerma.