jueves, 19 de mayo de 2011

Grandes Esperanzas, por fin


Si este blog se llama Grandes Esperanzas es, en una mínima parte por la obra de Dickens, en su mayoría por las grandes esperanzas que desde hace años he mantenido de que la voluntad humana sea mayor que la desidia global. Y estos días, todos los que en silencio e individualmente hemos sostenido esa secreta esperanza, la estamos viendo cumplida.

Cuánto tiempo llevamos en mi casa —en mi círculo, a mi alrededor— discutiendo acerca de la necesidad de un cambio real, un cambio individual, una involucración directa de la ética personal y la conciencia de cada uno. No se trata de que votemos al mismo partido, ni de que creamos en las mismas cosas. No se trata sólo de la corrupción, del bipartidismo, de la ley electoral o de la crisis hipotecaria. Tampoco es únicamente que el talento no llegue nunca arriba, porque sólo interesa que el incapaz gestione, no vaya a ser que el que sabe tenga un ramalazo de honestidad y arrastre a los cuatro que se alimentan de los cuarenta millones.

Se trata de caminar hacia una sociedad en la que nuestros hijos no encuentren justificable —y preferible a la alternativa de estudiar Comunicación Audiovisual— tener sexo ante unas cámaras para poder ganarse después la vida de contertulios en un programa de televisión. Una sociedad en la que el beneficio económico o el miedo a la indigencia no justifique cualquier medio, cualquier comportamiento. Detrás de los políticos que no gravan a las empresas ni a los millonarios, que permiten el rescate de la banca y la sangría al ciudadano de a pie, estamos TODOS. Todos los que nos plegamos a las normas de nuestro banco, que nos elimina las comisiones cuando cobramos tres mil euros pero nos pone mil más si estamos en paro, cobramos el día 10 y tenemos descubiertos; todos los que comprendemos que uno se gane la vida a costa de la explotación, de la enfermedad, de la especulación, del engaño, porque ‘aquí cada uno se tiene que buscar la vida como pueda’.


¿Por qué nos parece normal que nos pidan una licenciatura, un máster e idiomas para ejercer un puesto con 800 euros de sueldo y que, sin embargo, nuestro jefe de gobierno necesite un intérprete para hablar con otros dirigentes? ¿Por qué cuando acompañamos a un enfermo en un hospital y vemos que en la cafetería los precios son desorbitados decimos ‘es normal, se aprovechan porque no hay nada más alrededor’? ¿Es que hemos aceptado que la explotación de las miserias humanas es lo que mueve nuestro mundo?


La revolución ética debe partir del epicentro personal de cada uno. De la honestidad, de elaborar el propio camino paso a paso, intentando ser consecuente con las creencias personales. Y digo ‘intentando’, porque parto de que el ser humano es imperfecto y nunca logrará una utopía homogénea, ni siquiera en su propia vida. Las contradicciones nos construyen.


Me vais a disculpar todos si esto es lo único que puedo escribir —y si lo hago apresuradamente, y no demasiado bien— acerca de lo que ocurre a diez minutos de donde vivo; porque en realidad la conmoción nos ha golpeado a todos en el estómago. Tachadme de mema o de ilusa, pero si estas noches apoyo la cabeza en la almohada con un nudo en el estómago y los ojos a rebosar es por el orgullo y por la satisfacción (sí, sí, hago mías las palabras de Su Majestad, que son más mías que suyas, de tanto oírlas y tanto financiarlas) de ver materializados los ideales que mi padre y mi madre, a sabiendas unas veces, y otras sin intención, me inculcaron en mi infancia. Es por ellos que voy a Sol cada atardecer; por ellos y por todos aquellos que critican, que miran hacia otra parte, que están demasiado ocupados con sus vidas 'reales' para involucrarse en algo que consideran que no les afecta. Yo prefiero pensar que son estos últimos los ilusos, y no yo.

Pero eso sí, los demás no podemos permitir que el derrotismo nos paralice y bloquee. Lo que escucho, una y otra vez, en las afueras de Sol es el mismo argumento: ‘Pero ¿vosotros pensáis que se va a conseguir algo?’. Mirad, de momento, hemos conseguido un paso hacia el consenso: la mitad de España cree que es posible, y la otra está inoculada del virus del escepticismo, que sólo ayuda a la permanencia del status quo; el peor que hay, el que te hace enfermar de descrédito de tu propia voluntad humana, el que te convence de que tú no eres nadie, de que no puedes, de que siempre perderás. Los que vamos a Sol, y aquellos que permanecen día tras día, igual morimos sin llegar a nada, pero lo haremos de pie.

Dejadnos soñar, al menos; dejad que nuestro espíritu se alimente de la ilusión de ver a nuestro prójimo cada vez más cercano. Dejadnos creer que entre todos, podemos.

2 comentarios:

  1. Por cierto, la foto es cortesía de Francisco Madrid. Olvidé hacer mención!!

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  2. Bravo Sara, leyéndote pienso que el cambio es posible.Besos.

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