domingo, 2 de enero de 2011

El mundo deshabitado

Me levanté un día, y el mundo estaba vacío.

Una luz blanquecina y afilada lo saturaba todo, cubriendo las copas de los árboles, los coches y los parques como un manto de nieve. De vez en cuando, una ráfaga de viento traía voces de niños, de recreo y de patio de colegio, débiles y metálicas, lejanas; como si lucharan contra el vacío del rumor de las caracolas.

Salí a caminar, como sonámbula. Si el mundo estaba vacío, me di cuenta de que mi cuerpo sonaba a hueco. Y había ruidos sordos doblando esquinas, y un aliento gélido y nebuloso jugueteaba entre mis costillas, como zurciendo espacios innecesarios ya entre ellas.

La brisa me agitaba los lóbulos de las orejas y, durante una décima de segundo, creí vislumbrar el descolorido rostro de un panadero humilde, cotidiano y cansado, en lo que pareció ser una distorsión de la electricidad estática que paralizaba el ambiente. Casi como si alguien hubiera intentado sintonizar una frecuencia ya desgastada y hubiera dado con una antigua emisión de las olimpiadas alemanas de 1936.

Me coloqué paralela a una estilizada farola gris cuya bombilla parecía no haber tenido vida nunca… Las partículas de luz, en suspensión y detenidas, se cuajaron a mi alrededor y curvaron mis omoplatos con su peso.

Seguí caminando, sin tensiones ni dolores musculares, tan solo mi esqueleto empujado por una inercia involuntaria, una sucesión de causas y efectos cuyo origen ni conocía ni parecía importarme. Un río de minutos y horas, con segundos que refulgían entre graciosas olas plateadas, transcurrió paralelo a mis ajenos pasos hasta que decidió curvarse sobre sí mismo. El impacto de mis talones en el empedrado era casi inaudible, pero hacía vibrar el espacio que me rodeaba con un leve zumbido.

Todo a mi alrededor se desdibujó, perdió su forma, su esencia y su sabor.

Nada. Ni dentro, ni fuera, ni flotando en el cielo ni esbozado en mi imaginación.
Nadie. Ni corpóreo ni intangible, ni perfumado ni inodoro, ni cálido ni gaseoso.

El mundo estaba vacío y hueco, el tiempo se absorbió a sí mismo, las brújulas se desmagnetizaron, el horizonte se disolvió, el fin perdió su sentido. Y mi mirada, en sepia, delimitó tu ausencia y extrapoló cada esquina a los confines del universo.

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